sábado, 25 de noviembre de 2017

No.


No voy a sentirme triste
si te empeñas en ser la despedida
de ese beso que pudimos ser.
No voy a abrazar los finales
que llevan tu nombre
incrustado en los poros.

Por un momento,
me he sentido más tuya que mía
y casi pierdo las manías y las maneras.
Quién lo diría,
casi pierdo por tan poco.

Imprudente
por sentir mariposas en las costillas
que hablan de cómo hacerte temblar.

Mantuve el frío dentro
hasta que me diste casi el primer beso.
Desde entonces he vivido
tratando de hacerlo peor,
como si no importara(s).

No voy a sentirme triste,
aunque los domingos se sirvan
sin tu taza de café.
No voy a pelear con alguien
cuyo único propósito no era
perder la guerra contra mi lengua.


No me duele,
no me perturba.
No me preocupa
mancharme los labios
con otro que no seas tú.

Si alguien te quiere,
te abraza y se queda.
Pero está claro que
cuando alguien no te quiere,
te rompe los esquemas,
abre las ventanas de par en par
en pleno invierno
y desaparece en el momento
menos preciso.
Y no sólo cala el invierno,
también su ausencia.





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