viernes, 6 de mayo de 2016

Permítete hacer lo que sientas.

Te escribo a ti:
A ti que un día callaste
por no hablar más de la cuenta.
Podrías haberlo hecho peor,
pero justo ahí metiste la pata hasta el fondo.
Me gustaría saber cómo decirte
que no es precisamente callar
lo que mejor se te da
y que ya es hora de que grites
todo lo que te abrasa por dentro.

A ti que un día confundiste
las palabras bonitas,
los besos en la mejilla,
los abrazos a traición,
la sonrisa bien puesta a cualquier hora del día...
Nada pudo ser más perjudicial
que pintarte tú sola las alas
para volar desde un precipicio tan inestable.
Me gustaría saber cómo decirte
que las alas te crecen
con el paso de los daños
para poder huir de lo que no hace bien.

A ti que un día dudaste
sobre si eras lo suficiente
para alguien que ya tenía sus ojos
ocupados en otras vistas.
No fue tu culpa
sentirte como en casa
en los ojos de alguien
que se sentía en casa
en la boca de cualquiera
más fácil y menos tú.
Me gustaría saber cómo decirte
que tanto cuando huiste como cuando no
eras más que suficiente
para volver a sentirte como en casa
donde tú quisieras,
aunque eso implicase volver.

A ti que un día creciste
con la inseguridad incrustada en la piel,
escondiendo cada rasguño moral
que te había hecho madurar
sólo porque eran cicatrices
y no eran bonitas.
Me gustaría saber cómo decirte
que las cicatrices son el resultado
de lo que nos hicieron ayer
y de lo que somos hoy.
Nunca te avergüences de ellas.


A ti que un día reíste
con toda la tristeza del mundo
porque alguien no te quería
como tú lo querías a él,
por dar más de lo que recibías,
por quienes te olvidaron
cuando más los necesitabas.
Me gustaría saber cómo decirte
que las personas abandonan
todo aquello que quieren
alguna vez en su vida
y no por eso dejan de quererlo.
Debes saber que dar es lo correcto
y no importa cuánto recibas a cambio,
importa la satisfacción de tu alma
porque (pudiendo) lo diste todo y más.

A ti que un día te dejaste llover por dentro
y consumir por fuera.
Me gustaría saber cómo decirte
que nadie escoge la lluvia
que le va a calar hasta los huesos
ni el fuego que le va a quemar la piel.
Quizá por no poder elegir
ni tampoco escapar de ello
es que merezca la pena
dejarse llevar.

A ti que un día quisiste olvidar
a quien te dijo que estaría siempre.
Me gustaría saber cómo decirte
que deberías haberte ido tú antes,
sin ningún remordimiento...
Así te habrías ahorrado
una promesa en vano.

A ti que un día saltaste en los charcos
esperando que resbalara suerte
y una pizca de ella te rozara a ti.
Me gustaría saber cómo decirte
que la suerte no es amiga de nadie,
es la vida quien un día se pone de tu parte
y ya no puede conformarse
con tus ojos de niña triste.

A ti que un día quisiste
aprender a poner punto y final,
a distinguir los finales,
a irse para no volver.
Me gustaría saber cómo decirte
que yo tampoco he sabido despedirme
porque los puntos suspensivos
mantienen abierta la herida
y nunca supe cómo cerrarla.
Nunca dejes de volver
si eso te hace irrevocablemente feliz.

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