miércoles, 18 de febrero de 2015

Existen tantos tipos de personas que ya no dudo de si existes tú.

Existen personas que guardan en los labios ruinas de otros que les dejaron por si un día, de tanto esperar, se rompían en los suyos. Existen personas que esconden naufragios en las manos y tormentas torrenciales en los ojos y, sin darte cuenta, también pueden quitarte la sed. Existen otras que juegan con sus dedos en tus caderas cual equilibrista posado en el más bonito abismo que se ha topado en la vida. De cuando en cuando, otras saben cómo enseñarte a perder el norte en su espalda y el tiempo en el interior de su pecho. Y luego las que sonríen, empiezas a conocer el vértigo y te llenan el vacío.

(Siempre he sabido que tú podrías ser cualquiera de todas ellas y todas a la vez.)

Existen personas que escriben y te roban los miedos a modo suspiro. Otras tantas que te abrazan como queriéndote arreglar la vida, sin querer queriendo. Existen personas que llevan enredados los sueños en el pelo y que podrían enredarte la vida también. Están las que te invitan a un cubata sin la intención más que de conocerte superficialmente y las que te dan su cerveza con la intención de que te quedes otro rato más. Existen personas que darían tu vida por vivir más ellos y, en cambio, los que darían su vida porque tú aprendieses a vivir de verdad (con todas sus consecuencias). Las personas que hablan y ya no sabes cómo dejar de escucharles. Existen personas expertas en romper corazones e ilusiones y también las que rompen todos los esquemas y principios establecidos para no volver a caer- pero caes y sabes que es bien bonita este tipo de caída-.

(Luego vienes tú y sólo sabes doler, de ese dolor que es bonito pero al final es dolor.)

Existen personas dispuestas a cambiar el mundo sentadas en su sofá viendo programas basura y otras tantas que no tienen intención de cambiarlo pero van regalando sonrisas a diestro y siniestro por la calle y lo cambian un poquito a mejor. Existen personas que llegan a ti con la intención de dejar de llamarte "perfección" para llamarte felicidad. Estoy segura de que existen miles de personas que podrían hacer de tu caos un orden excepcional y que seguirían prefiriendo el caos en el que te sumes. Existen personas desastre que, sólo con llegar, te arreglan las alas.

(Yo nunca he arreglado nada y siempre he sido un desastre. Y luego estás tú, un caos inordenable -o quizá inolvidable, sigo sin tener certeza-.)

Existen tantas personas que saben irradiar magia y que al no saberlo la guardan que las personas que carecen de sentido viven por y para apagársela. Jamás permitas que te apaguen la magia, compañero/a.

martes, 17 de febrero de 2015

@Defreds

Ese maldito punto en el que ya ni siquiera pides que te quieran. Te conformarías con ser capaz de olvidar.
Para olvidar hay que estar dispuesto a llenar la maleta, a cerrar la puerta y a irse firmemente sin mirar de reojo a todo eso que dejamos atrás.

A veces olvidamos que olvidar a alguien no es tomarse cuatro cubatas y perderse en los labios de otras personas para no encontrarse a sí mismo. Para ello también hay que aprender a dejar de perderse y empezar a encontrarse a sí mismo.
También tenemos la estúpida manía de cerrar de golpe la puerta cuando todo nos duele más de la cuenta. Olvidamos que cerrar de golpe puede provocar que la puerta quede abierta y un mínimo abierto es una posible vuelta al lugar donde no quieres volver- o al que no necesitas o no deberías volver-. Por eso regresamos. Por eso olvidar es coger la sonrisa, los recuerdos y el corazón, avanzar de puntillas sin hacer ruido y cerrar con cuidado, asegurándote de que la has dejado bien cerrada -y no entornada por un 'por si acaso'-, sin posibilidad de volver.

Puede ser que olvidar también se parezca a hacerle caso a tu madre y dejar de andar por ahí descalzo. Ponerse los zapatos y dejar de pisar el dolor esparcido por el suelo que se clava en las plantas de los pies, envenenando. O sea más parecido a eso que una vez escuché en una película sobre que debemos dejar de caminar de puntillas como si aquellas personas que hemos querido y se han ido fuesen a volver. No van a volver. Podría ser si acaso que nosotros tuviésemos que ponernos el alto enfrente y dejar de regresar a los lugares que nos hicieron felices y que ya no podrán hacerlo de nuevo. Tal vez esa otra carta que escribes sin remitente ni destinatario porque el valor se te escapa de las manos y es mejor así.

Olvidar es mudarte de piso y darte cuenta de que hogar no siempre son todos aquellos que queremos, que la 'casa' del pilla-pilla no siempre te puede salvar la vida, que el tiempo no cura nada por su propia cuenta, que el que la sigue no siempre la consigue y que a la tercera no siempre va la vencida. Olvidar es entender de sobra y saber de menos. Son todos esos discos de vinilo rallados que permanecen apilados en cajas porque su dueño ya no sabe qué hacer con tantos recuerdos pero tampoco es capaz de deshacerse de ellos.
Olvidar quizá sea no recordar cómo sonreír ante lo que un día no nos dejaba recordar cómo se dejaba de hacerlo. Poner flores y adornar tu propio jardín sin esperar que nadie más lo haga. No es dejarse la piel algunas noches en desconocidos que no vamos a permitir que nos conozcan nunca y tampoco es cerrar los ojos a las circunstancias. Puede que sí sea dejarse desangrar un poco, pero sólo lo justo y necesario para curarse las heridas.
Olvidar es un cajón lleno de fotografías revueltas ya carentes de magia y sentido.
Olvidar es cogerse de la propia mano, agarrarse a sí mismo, aferrarse, abrir los ojos y emprender la ida incluso sin una firme declaración de despedida.

sábado, 7 de febrero de 2015

Inviernos o tentaciones.

También sé que hay inviernos que disfrazan tentaciones y tentaciones que disfrazan inviernos. Y, al final del día, cada una deja sensaciones distintas. Una ganas de huir y otra ganas de correr. Y cuando digo correr, hablo de saltarnos semáforos en rojo con los ojos en verde y el corazón en ámbar (como una eterna primavera). Por eso siempre voy a preferir los inviernos que tienen mala cara, los inviernos fatales que acaban siendo un mero disfraz.

viernes, 6 de febrero de 2015

La casa por el tejado, Fito y Fitipaldis.

Ahora sí, parece que ya empiezo a entender.
Las cosas importantes aquí
son las que están detrás de la piel
y todo lo demás
empieza donde acaban mis pies.
Después de mucho tiempo aprendí
que hay cosas que mejor no aprender.

El colegio poco me enseñó.
Si es por esos libros nunca aprendo
a coger el cielo con las manos,
a reír y a llorar lo que te canto,
a coser mi alma rota,
a perder el miedo a quedar como un idiota
y a empezar la casa por el tejado,
a poder dormir cuando tú no estás a mi lado.


Ya no sé si el mundo está al revés
o soy yo el que está cabeza abajo.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Hay magia sin trucos
y
trucos sin magia.
Y encontrar a gente que es magia (sin necesidad de trucos) es la clave de la vida.

@felina__ana

'Se puede ser la chica de la barra y la de la biblioteca, leer mucho e ir al gimnasio,romper corazones y tenerlo roto. No os liéis. Se puede.'

lunes, 2 de febrero de 2015

Suerte, compañera.

Si todo acaba siendo cuestión de suerte, tengo un problema. Y es que la suerte nunca ha sido mi punto fuerte y tampoco ha pretendido ser mi compañera.

La suerte se parece un poco a todas esas cosas que dejamos sin decir. Todas esas palabras arrinconadas en una esquina de nuestros miedos, estratégicamente posicionadas, que dejamos para mañana porque para nosotros siempre hay tiempo para seguir viviendo. El verbo vivir lo tenemos tan asociado al futuro que a veces no nos permitimos vivir hoy, en el presente. Quizá eso nos pasa con la suerte, siempre andamos esperando un golpe de ella y, como buenos masoquistas que somos, todavía no escarmentamos de los golpes de la vida.

A lo mejor- y sólo a lo mejor-, la suerte se ha cansado de que todos estemos esperando que nos persiga y choque con nosotros. A lo mejor- y sólo a lo mejor-, ella es la que necesita que alguien se choque con ella, le diga que todo va a ir bien y que, además, le coja de la mano y se lo enseñe.

La suerte es sólo una mujer con labios carmín, una mujer a la que le duelen los pies por ir en tacones para disimular que le tiemblan las piernas. La suerte es esa mujer que se siente llena de miedos pero aún así sigue dando la cara cada vez que las cosas se tuercen y todo duele un poco más.

La suerte es esa mujer que todos quieren ver a su lado pero que a veces ninguno se molesta en mirar. Esa mujer culpable de no estar a la altura de las expectativas de los demás porque para ellos nunca es suficiente.

La suerte es la mujer que vosotros queráis que sea. Y qué más da.