martes, 4 de noviembre de 2014

Ayer me sentí como un naufrago
que había perdido su rumbo.
Supuse que la brújula de tus manos
se habría desperdigado en el tumulto.

Se escuchaba tanto silencio
que el ruido era insoportable.
Así que me escuché hasta el cansancio
-a mí que soy un enunciado inexplicable-.

Esta mañana me topé con un huracán,
lo tenía en el pecho advirtiéndome.
Mi corazón se hizo a un lado,
como si nada fue y lo dejó pasar.
Probablemente eras tú olvidándome,
por eso me queman tanto las entrañas.

Por eso, decidida, he cogido las maletas.
En ella llevo un par de vaqueros desgastados
y unas cuantas de tus sonrisas mañaneras.
Dejo la puerta bien cerrada y el pestillo echado.

La ventana sigue abierta,
por si te decides algún día a volar de verdad.
Y menos mal que eres un séptimo piso.
Así no vuelvo, que la vida siempre acierta.
Y tus pupilas las abandono a su suerte, qué más da.
(No te olvides de buscarme entre las ruinas de algún precipio.)



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